El maestro de santos es ahora Doctor de la Iglesia

 

  07 de octubre del 2012, el Papa Benedicto XVI nombro a San Juan de Ávila y Santa Hildegarda de Bingen Doctores de la Iglesia Universal. Con esto se eleva a 35 el número de los santos Doctores de la Iglesia.

 

 Estas son las palabras con las cuales Benedicto XVI ha proclamado Doctores de la Iglesia a San Juan de Ávila y Santa Hildegard von Bingen.

“Nosotros, acogiendo el deseo de muchos Hermanos en el episcopado y de tantos fieles en el mundo entero, despúes de haber recibido el parecer de la Congregación de las Causas de los Santos, y de haber reflexionado durante mucho tiempo y haber alcanzado el pleno y seguro convencimiento, con la plena autoridad apostólica, declaramos a San Juan De Ávila, sacerdote diocesano y Santa Hildegada de Bingen, monja de la Orden de San Benito, doctores de la Iglesia Universal. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

 

 San Juan de Ávila, sacerdote diocesano, patrono del clero español, se junto a los otros tres grandes doctores de la Iglesia nacidos en España: san Isidoro de Sevilla (560-636), santa Teresa de Jesús (1515-1582) y san Juan de la Cruz (1542-1591).

 

Breve Biografía del Doctor San Juan de Ávila

 San Juan de Ávila nació el 6 de enero de 1499 en Almodóvar del Campo (Ciudad Real), de una familia profundamente cristiana.

  En 1513 comenzó a estudiar leyes en Salamanca, de donde volvería después de cuatro años para llevar una vida retirada en Almodóvar. Esta nueva etapa en Almodóvar, en casa de sus padres, viviendo una vida de oración y penitencia, durará hasta 1520. Pues aconsejado por un religioso franciscano, marchará a estudiar artes y teología a Alcalá de Henares (1520-1526). De esta etapa en Alcalá existen testimonios de su gran valía intelectual, como así lo atestigua el Mtro. Domingo de Soto. Allí estuvo en contacto con las grandes corrientes de reforma del momento.

Perseguido por la inquisición

 Desde 1531 hasta 1533 Juan de Ávila estuvo procesado por la Inquisición. Y Juan fue a la cárcel donde pasó un año entero. Juan de Ávila no quiso defenderse y la situación era tan grave que le advirtieron que estaba en las manos de Dios, lo que indicaba la imposibilidad de salvación; a lo que respondió: “No puede estar en mejores manos”. San Juan fue respondiendo uno a uno todos los cargos, con la mayor sinceridad, claridad y humildad, y un profundo amor a la Iglesia y a su verdad. 

Maestro de Santos

 Fue amigo y padre de hombres de toda condición, nobles y humildes, sacerdotes y seglares; y maestro, a la vez, de santos, tales como san Juan de Dios, san Francisco de Borja, san Pedro de Alcántara, san Ignacio de Loyola, san Juan de Ribera, santo Tomás de Villanueva, santa Teresa de Jesús.

 A Juan de Ávila se le llama “reformador”, si bien sus escritos de reforma se ciñen a los Memoriales para el Concilio de Trento, escritos para el arzobispo de Granada, D. Pedro Guerrero, ya que Juan de Ávila no pudo acompañarle a Trento debido a su enfermedad, y a las Advertencias al Concilio de Toledo, escritas para el obispo de Córdoba, D. Cristóbal de Rojas, que habrían de presidir el Concilio de Toledo (1565), para aplicar los decretos tridentinos.

 

Muerte

La estancia definitiva en Montilla fue especialmente fructífera. Dejó una huella imborrable en los sacerdotes de la ciudad. En una de sus últimas celebraciones de la misa le hablo un hermoso crucifijo que él veneraba: “perdonados te son tus pecados”. 

 Pero la enfermedad iba pudiendo más que su voluntad. A principio de mayo de 1569 empeoró gravemente. En medio de fuertes dolores se le oía rezar: “Señor mío, crezca el dolor, y crezca el amor, que yo me deleito en el padecer por vos”. Pero en otras ocasiones podía la debilidad: “¡Ah, Señor, que no puedo!”. Una noche, cuando no podía resistir más, pidió al Señor le alejara el dolor, como así se hizo en efecto; por la mañana, confundido, dijo a los suyos: “¡Qué bofetada me ha dado Nuestro Señor esta noche!”. 

 Juan de Ávila no hizo testamento, porque dijo que no tenía nada que testar. Pidió que celebraran por él muchas misas; rogó encarecidamente que le dijeran lo que se dice a quienes van a morir por sus delitos. Quiso que se celebrara la misa de resurrección en aquellos momentos en que se encontraba tan mal. Manifestó el deseo de que su cuerpo fuera enterrado en la iglesia de los jesuitas, pues a los que tanto había querido en vida, quiso dejarles su cuerpo en muerte. Quiso recibir la Unción con plena conciencia. Invocó a la Virgen con el Recordare, Virgo Mater… Y una de sus últimas palabras mirando el crucifijo, fue “ya no tengo pena de este negocio”. Era el 10 de mayo de 1569. Santa Teresa, al enterarse de la muerte de Juan de Ávila, se puso a llorar y, preguntándole la causa, dijo: “Lloro porque pierde la Iglesia de Dios una gran columna”. En 1588, Fr. Luis de Granada, recogiendo algunos escritos enviados por los discípulos y recordando su propia convivencia con san Juan de Ávila, escribió la primera biografía. En 1623, la Congregación de san Pedro Apóstol, de sacerdotes naturales de Madrid, inicia la causa de beatificación. En 1635, el Licdo. Luis Muñoz escribe la segunda biografía de Juan de Ávila, basándose en la de Fr. Luis, en los documentos del proceso de beatificación y en algunos documentos que se han perdido. El día 4 de abril de 1894, León XIII beatifica al Maestro Ávila. Pío XII, el 2 de julio de 1946 lo declara Patrono del clero secular español. Pero el maestro de santos tendrá que esperar hasta el año 1970 para ser canonizado por el Papa Pablo VI.

 

 

 (Urna con las reliquias de San Juan de Ávila)

Oración

No me mueve mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

 

Tu me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muéveme tus afrentas y tu muerte,

 

Muéveme en fin, tu amor de tal manera
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera.

 

No me tienes que dar por que te quiera,
porque aunque cuanto espero no esperara
lo mismo que te quiero te quisiera.

(Soneto atribuido a San Juan de Ávila)

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